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lunes, 4 de octubre de 2010

Los chicos de Brody

Cómics, chicas, chuletas y más chuletas, Parque Jurásico y Spielberg, findelcolegio-y-empiece-del-instituto. Estados Unidos y Francia 98´, los regates imposibles de Ronaldo y el Madrid de la Séptima. Todos estos recuerdos me llevan a un cierto tipo de cine que, como los musicales, sólo fue viable en un espacio de tiempo concreto, imposible de trasladar a otras épocas. Hoy no tiene sentido reivindicar los videojuegos y el porno.


Todo comienza con Clercks y termina con Jay y Bob el Silencioso. En apenas siete años se agotó toda su frescura y originalidad convirtiéndose en referencia para los chicos de mi generación. Este subgénero es fruto de la mente de Kevin Smith, al que también parece habérsele agotado el talento si se revisan sus últimos trbajos.

MallRats (Ratas de Centro Comercial) es la cinta que mejor ha resistido el paso del tiempo, aunque quizá mi percepción esté condicionada por ser la primera que llegó a mis manos. Por otra parte, me parece el exponente más fidedigno de una cultura algo manoseada quince años después de su retrato en pantalla grande.

Brody, protagonista de la cinta, es un veinteañero en la medianía de todo pero es feliz entre cómics y colegas. Su rutina se basa en ir tirando, sin presentarle a su madre su novia, en realidad el protagonista de la cinta quiere es pasarse las horas muertas en su Centro Comercial. Prefiere los videojuegos y Spiderman a las noches románticas, -¿y quién no?- Una postura rebelde dentro del sistema pero dependiente del mismo, de hecho nuestro protagonista se nutre de sus tiendas de comidas y sus tebeos a la americana como un León hambriento lo hace con sus presas (me ha quedado decimonónica la comparación ¿eh?).

La peli fue una de esas cosas maravillosas que ocurrieron en mi preadolescencia antes de que los ordenadores copasen el conocimiento y las formas de socialización. Cuando la Fnac era la Fnac y no necesitabas Facebook para quedar con tus colegas. Ir a ese oscuro edificio significaba entrar por un momento en las puertas de Tannhauser, donde los cromos de Bola de Dragón valían 250 pesetas el paquete y cuando Roberto Baggio nos jodía los mundiales.

Jay y Bob son el apoyo perfecto para la dupla de protagonistas. A través de ellos, el señor Smith desarrolla las sub tramas que servirán de guarnición al argumento principal. La escena del concurso en el centro comercial es sublime.

Necesariamente cercano a este tipo de manifestaciones se encuentra Gigatrón. El grupo valenciano demanda el Heavy Metal de los años 80 y 90 con una postura gamberra y riéndose de todos los estereotipos que a su vez reivindican. Insultan a los pijos (palabra que curiosamente está desapareciendo de nuestro vocabulario por la globalización de formas y colores) y añoran el botellón de los parques, echan de menos la sensación de libertad ligada a la adolescencia.

Imagino que al final, Brody acabó por madurar con una tienda de Comics para mantener el espíritu de una vida que consiste en levantarse tarde, aprobar de chorra y estar de botellón con los de siempre… -¿Pasa algo?- No me vengan con responsabilidades.